Saber a qué atenerse bajo una Dictadura, y no saberlo bajo una mal, o bien, llamada : Democracia.

Lo fundamental de lo siguiente es conocimiento verdadero, pero sólo puede ser expresado a través de la Literatura:

No tengo tiempo para escribir, pero lo tengo. Quien sabe que lo primero es verdad, piensa que lo segundo no lo es, pero se equivoca, incluso con estas letras mías delante de los ojos de ese álguien. Tremenda equivocación que me cuesta mi ruina, quizás pasajera. Cuando mi palabra no es creída por alguien que me manda aún diciéndome simultaneamente que no puede mandarme, y mandar es pedir a algún ser vivo algo, advertido el mandado, de qué se le pide en ese acto, ora bajo coacción, ora bajo coerción, ora bajo amenaza de privación de o privilegio, o gracia (algún regalo anunciado, o merced), si no cumple la órden; y cuando, a la vez, no consuela al ordenando guardar silencio temeroso, la palabra literaria, aunque sea «literatura barata», es el único consuelo urgente. En tal caso, si puede escribirla es porque lo hace casi exactamente mientras va escribiendo lo que piensa. No tiene tiempo de pensar y luego escribir, ha de hacer ambas cosas a un tiempo, o casi a un mismo tiempo.

No se me quita de la cabeza la sentencia de José Antonio «El Ausente», cuando afirma que es preferible vivir bajo un dictador declarado, o dictadura confiesa, porque sabe uno a qué atenerse, mientras que en «la democracia» no. Bajo ésta el o los gobernantes, te dicen que tienes libertad, libertad teórica y de ejercicio, mientras que sólo la tienes en teoría, pero no en la práctica inócua, porque inocua no es, de modo que si te crees que bajo tal régimen mendaz tienes integra libertad, teórica y práctica inofensiva, y la practicas, te encuentras con la inesperada sorpresa de que se te castiga por ello, normalmente de manera encubierta, bajo apariencia de cualquier nombre eufemístico que, por tánto, no puede ser un nombre como: Pena, venganza, castigo, represión. Es el sino del ingénuo que se atreve a practicar la libertad que se le ha hecho creer que tiene, y, en cambio, sólo la tiene de nombre inadecuado, o de teoría concretamente hecha estéril para el súbdito, al que tampoco se lo denomina súbdito, sino «ciudadano». Pero ¿Tiene alguna ventaja para el ingénuo engañado y después desdichado haber osado practicar una libertad ocultamente punible? Si, mi queridísimo amigo «El Ausente», ausente de este malhadado mundo, ausente gracias a Dios, ausente de muchos corazones  por desgracia para ellos: La ventaja de que el sujeto ha practicado la libertad y la ha disfrutado, con esa alegría añadida que da el sentirse libre y no saber, dicho ingénuo, que le aguarda pagar con desgracia y sufrimiento haber consumado el acto en que se huelga. Acto y alegrías que no olvidará jamás, si puede tener esa suerte, que normalmente se tiene, aún en medio del padecimiento del sorpresivo castigo.

Quien sinembargo conoce el sistema y sus lazos, y se abstiene de practicar libertades que sabe van a ser punidas, se ahorra el castigo, mas también las alegrías de practicar la libertad inconfesamente prohibida y asumir impasible la espera de la pena segura subsiguiente. Y ¿Quiénes son éstos atrevidos? ¿Sólo los ingénuos? No, hay entre los osados unos hombres que de ingenuidad al respecto no tienen nada. Son los mismos leales a El Ausente, son los «ausentes» (no miembros, ni secuaces) de la banda gobernante, son los que desafían a los tiranos encubiertos bajo el título embustero de «Representantes del Pueblo Soberano», o «bondadosos gobernantes, benefactores de la Humanidad», los cuáles, una vez votados en plebiscito, o una vez encaramados por la Revolución subversiva y violenta, hacen lo que les da la gana y en egoísta catastrófico provecho mezquino propio, no lo que previamente han prometido, al pueblo, para que mucha gente de éste les vote, o les sirva, con objeto de que esos vividores bandidos, que se presentaron con apariencia engañosa de buenos y sinceros, alcancen el Poder Político o estatal.

¿El mayor desafío? La Unión de Camaradas auténticos o, al menos, bastantes, y el Alzamiento en armas, de esos amantes totales de la libertad hecha de libertades concretas, íntegras, teóricas y prácticas inócuas y felices, indispensables para el Bien Común de la Nación y justa, ecuánime, altruista, gran y extensa, repartida, felicidad libertaria de los súbditos.

Ya me siento más aliviado, precisamente ya, es decir, en el momento en que mi pensamiento y escritura prácticamente simultáneos han de cesar, porque el cúmulo de minúsculos instantes que se cuelan entre el pensar y el escribir, me permite seguir pensando, pero no seguir escribiendo. Lo peor no es no poder escribir porque quiera continuar escribiendo, pues no quiero seguir poniendo letras. Lo mejor, ni siquiera lo bueno, sería seguir pensando, aunque no escriba. Más lo peor de todo es que, al acabar de escribir todo esto, estoy constreñido por la necesidad, muy a disgusto, a pensar en otras cosas distintas a aquéllas en que quiero pensar. Seguir pensando, desde ahora que acabe, hasta no sé cuándo, es pensar en lo que no deseo pensar, pero tengo que tenerlo como objeto de mi voluntad, he de querer pensar y he de pensar en aquéllo, repugnantísimo, en que no deseo pensar, sencillamente para evitarme mayores males.

Gracias a Dios este tipo de vida viadora nuestra, y también para todos los hombres de corazón de piedra, no es eterna. ¿Los unos? Eternamente dichosos a la Derecha. ¿Los otros? De nuevo a la Izquierda y, esta vez, al «fuego eterno».

¡Arriba España Una, Grande y Libre!.

El Canín de Santo Domingo.

 

 

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